Un imperialista bueno

SI HUBIERA libertad de prensa en Cuba y las cámaras de los corresponsales pudieran entrar a las dependencias de las altas esferas del Gobierno y a las residencias de los jefes del Partido Comunista, nos dejaría ciegos el resplandor de la velas encendidas para que los orishas africanos ayuden a que Barack Obama salga reelecto como presidente de los Estados Unidos.

Nos conmovería la sangre de los animales de plumas y de cuatro patas sacrificados para que el hombre siga otros cuatro años en la Casa Blanca, aunque no le quede bien para la propaganda el traje del Tío Sam y le falten la barba y la melena blanca bajo las alas del sombrero de copa y estrellas plateadas.

Un grupo de compadres que defiende la no injerencia en los asuntos internos en otros países para tratar de dejar en soledad a la oposición pacífica y reprimirla sin testigos, se lanza de cabeza a la campaña a favor del representante demócrata. Se utilizan todas las vías y se mueven contactos. Se llega a promover declaraciones de personajes de la cúpula gubernamental que proclaman ante la prensa que, si fueran estadounidenses, votarían por Obama.

Ese interés del régimen cubano no tiene su origen en una cercanía de ideas políticas o en el respaldo a la gestión doméstica del presidente norteamericano. El entusiasmo proviene de las cifras de las remesas. En 2011 se enviaron al país 2.294 millones de dólares. Un crecimiento del 19 por ciento con relación al año anterior. Obama ha levantado las restricciones de los viajes familiares y ha flexibilizado las remisiones de dinero y de paquetes con ropa, equipos y medicinas. La Habana teme, con razón, que si Mitt Romney gana cambie esa política de aperturas.

En el plano interno, la imagen del imperio se ha despersonalizado. Se usa como un recurso para acusar a los opositores de servir a una potencia extranjera y justificar la persecución, las golpizas, el acoso a los activistas de derechos humanos, los ex presos de conciencia, las Damas de Blanco, los periodistas independientes, los blogueros y los jóvenes artistas contestatarios.

La pasión de los comunistas por el candidato demócrata en los comicios del martes responde a su obsesión por los dólares ajenos y fáciles. Quieren seguir en el poder en un país sin libertad en el que no hay elecciones desde la década del 40 del siglo XX.